Aunque la iglesia cristiana sitúe el nacimiento de Cristo, la Natividad, hace poco más de 2000 años, las fiestas de Diciembre, con su tradición de compartir regalos, visitar a los familiares, deleitarse en comidas más caras o elaboradas y estrechar lazos, existe como tal desde hace, al menos, 1000 años más.
El imperio romano era pródigo en fiestas con las que contentar a su pueblo, pero si había una fiesta larga y transgresora, por antonomasia, esa era la de las Saturnales. Tenía lugar en Diciembre, cuando las cosechas ya están recogidas y las familias pueden disponer de un poco más de tiempo y constituía una especie de celebración del ciclo de la vida, aprovechando ese momento mágico que ha maravillado a todos los pueblos a lo largo de la historia: el momento en que el sol “resucita” y los días vuelven a alargarse, el día del Sol Invicto, que representaba el trounfo de la vida sobre la muerte y el de la luz sobre la oscuridad. Nosotros lo llamamos solsticio de invierno.
El astro sol, del que toda vida en la Tierra depende, ha sido considerado un dios en muchísimas culturas, y, por lo tanto, el momento de su “nacimiento” o su “renacimiento” era la fiesta más importante del año. Los sacerdotes iranios ya conmemoraban el 25 de diciembre el nacimiento de Mitra, dios de origen persa emparentado con el culto al sol y a la luz. La figura de este dios y su culto fue llevado de uno a otro lado por las legiones romanas en su desplazamiento. En el marco de tolerancia religiosa de la época romana, no sabemos muy bien por qué, Mitra encandiló especialmente a los soldados y gozó de una adoración y un culto muy extendido, tanto que estuvo a punto de convertirse en la religión oficial del Imperio, antes de que Constantino se decantara, 300 años después de su nacimiento, por el cristianismo.
La Iglesia ha reconocido, no hace tanto, que ignora cúal fue el día en que nació Cristo. La fecha de la Navidad se colocó lo más cercana posible a la fiesta del Sol Invicto, el nacimiento de Mitra o el egipcio Horus. Jesús nace cerca del Soslticio de invierno, como Dios naciente, simbolizando y absorbiendo el significado de los nacimientos de los dioses más antiguos. Esa fecha permitía además aprovechar la tradición pagana de una celebración que se extendía durante días para celebrar la magnitud de ese momento.
Las celebraciones en honor de Saturno, el dios de las cosechas, en el mes décimo, recibían el nombre de saturnalias o saturnales. Comenzaban en torno al 17 de diciembre. Había un gran banquete y una fiesta pública, financiada por el Estado, que inauguraba una semana de fiestas en las que había derroche, comilonas y en la que se dejaba mucha más libertad a los esclavos y se rompían los esquemas sociales, como luego se haría también en Carnaval. Las casas se adornaban con velas, plantas y flores, y las familias se reunían para comer juntos e intercambiarse regalos. Culminaban el 25 con la la fiesta de Sol Invicto, que, en los dos primeros siglos de la era cristiana, fue, precisamente, potenciado por los emperadores, en busca de una religión capaz de aglutinar a los diferentes grupos paganos.
Al día siguiente, el 26 de diciembre, cuando el sol ha empezado ya su nuevo ciclo, tenía lugar la celebración de Háloa, una especie de festival iniciático, de origen griego, que rendía tributo al campo, preparado de nuevo, para la siembra, a través de su representante en el mundo de los dioses, la diosa Ceres, de la que hemos tomado la palabra cereal. Háloa era una fiesta dedicada exclusivamente a las mujeres, sin restricción de edad o clase social. Los festejos se caracterizaban por la ostentación de símbolos sexuales, burlas groseras, prácticas lésbicas y chistes, y, en ocasiones, se extendían más allá del día de su celebración. De hecho, una de las hipotésis sobre la costumbre de gastar bromas cada 28 de diciembre, repondería a que esta tradición ha seguido manteniéndose bajo la denominación cristiana de Día de los Santos Inocentes. La iglesia cristiana conmemora en esta fecha el día en que Herodes mandó asesinar a todos los niños menores de 2 años, para asegurarse de que el recién nacido Rey moriría, sin contar con que un aviso divino haría que la familia de Cristo, al completo, huyese hacia Egipto. Quizá de alguna manera, en lugar de lamentar la muerte de todos aquellos inocentes, el 28 de diciembre, opte por celebrar – como en la vieja Háloa – el “engaño”, pero esta vez, sobre la muerte.