A pesar de llevar muchos años viajando, hay pocos países que me hayan impactado tanto como Myanmar o lo que antes llamaban Birmania. Se trata de un país de gentes sencillas y hospitalarias en dónde la belleza de su cultura y paisajes no tiene parangón.
Dado que se trata de un país dirigido por una Junta Militar o Dictadura, uno puede viajar por su cuenta aunque resulta bastante más difícil ya que no te dejan ir a cualquier sitio.
Si quieres evitarte líos, es preferible contratarlo en España con cualquier agencia de viajes. Y de hecho no habrá mucha diferencia ya que todas tienen que negociar con la agencia turística del estado birmano llamada Myanmar Adventures.
Para tener una visión más completa del país, recomiendo estar por lo menos 15 días y a pesar de que los meses de otoño son mejores para ir, la época del monzón que coincide con los meses del verano tiene su encanto.
Aunque su capital para los turistas es Yangon, la Junta Militar ha creado otra en el centro del país llamada Naypyitaw (Ciudad Real, qué ironía) que sirve de centro administrativo. Yangon no tiene muchas cosas que ver pero es parada obligatoria porque allí se encuentra la mayor pagoda del país llamada Shwedagon.
Este complejo religioso al que todo birmano tiene que ir por lo menos una vez en su vida, es el centro de actividad de la ciudad. Allí encontrarás a cualquier hora a gente rezando o depositando ofrendas a sus dioses o comprando en los pequeños mercados que dan acceso a su gran «stupa» dorada en la que se dice que están escondidas varias reliquias de Budhas que datan del siglo VI.
Los birmanos son budistas y muy supersticiosos con el horóscopo. Los matrimonios se organizan en función de tu signo del zodíaco y de cómo se alinearon los astros el día del nacimiento de ambas personas.
También la religión les recomienda que sean monjes o monjas una vez en la vida. Por eso veréis muchos niños monjes (vestidos de rojo) o monjas (vestidas de rosa) pidiendo con su cacerola por la calle para poder pagarse la comida del día. Resulta muy interesante el visitar algún monasterio budista para ver cómo viven y que les lleva a pasar por esas experiencias.
La comida birmana es muy picante y es una mezcla entre la comida china e india. Comer allí es muy barato pero hay que tener cuidado con los sitios a los que se va. La cadena Green Elephant que tiene restaurantes en Yangon, Mandalay y Bagan está bastante bien.
A los birmanos les encanta mascar una hoja llamada «betel» que sirve como digestivo pero les deja los dientes hechos un desastre.
 Este tipo de productos pueden en encontrarse en cualquier mercado pero si lo que buscas es haces las compras de regalos de última hora, nada mejor que el Bogyoke Aung San Market en Yangón. Allí encontraréis de todo: telas de seda echas a mano, artesanía (sobre todo en madera y ratán) y comida.
Las rutas normales te llevan después de Yangon a Mandalay, que fue la antigua capital antes de que llegasen los ingleses para convertirlo en colonia. El viaje se hace en tren y merece la pena ya que el paisaje es muy bonito.
Mandalay a parte de tener un monasterio de madera precioso llamado Shwe In Bin Kyaung, es famoso por sus marionetas que de hecho tienen fama mundial y van de vez en cuando al festival de Segovia llamado Titirilandia. Por eso, es ineludible si pasas por allí, que vayas a ver el espectáculo que montan en el Marionette Theater.
Mandalay sirve también de centro de operaciones para ver sitios cercanos que merecen la pena como Sagaing, Amarapura (famosa por ser el centro de fabricación de la seda) y en dónde se encuentra el puente de teca más largo del mundo llamado U Bein´s bridge. Pasear por allí por la tarde viendo a los pescadores sentados con sus cañas y la puesta de sol resulta conmovedor.
También cerca de Mandalay se encuentra Mingun. Sin lugar a dudas la ciudad antigua más bonita cerca de Mandalay. Hasta ella se llega en barco por el río Ayeyarwady y de repente te encuentras una montaña tallada convertida en monumento llamada Mingun Paya, tan fuerte como que sobrevivió a un terremoto de gran envergadura. El trabajo realizado por sus arquitectos fue tan bueno que sólo lo recuerda una gran grieta que divide el monumento.
La visita de Monywa, merece también la pena ya que se trata de uno de los sitios birmanos más típicos del país. Sus cuevas Hpo Win Daung mantienen en bastantes buenas condiciones pinturas desde los siglos XIV. Resulta interesante hacer una comparación con lo que se utilizaba en Europa en la época.
Una de las experiencias más bonitas que he tenido hasta ahora ha sido bajar el río Ayeryawady o Irrawaddy (como se le conocía antes) desde Mandalay hasta Bagan en un barquito pequeño. El trayecto dura un día entero pero merece la pena hacerlo para poder disfrutar de los maravillosos paisajes que ofrece este país y de sus gentes ya que te puedes parar en algún poblado perdido en dónde te acogen con gran entusiasmo.
Bagan es por excelencia el mayor sitio arqueológico de Birmania o incluso de Asia. Se trata de una explanada de más de 2000 pagodas que dan al río, algunas de ellas del siglo IX.
Pasear en bicicleta e ir deteniéndose en algunas de estas pagodas no se olvida con facilidad. Especialmente si para la puesta de sol te subes a la pagoda de Mingalazedi que es uno de los puntos más altos del lugar.
Esta ciudad arqueológica tiene tanto que ver que podrías quedarte allí eternamente y evitar la excursión que casi todos los circuitos incluyen al Monte Popa. Se trata de un lugar sagrado construido en la cima de una montaña en el que adoran a los «nats» o espíritus. Hay que subir chiquicientosmil escalones (por supuesto descalzo ya que estás en un templo) llenos de monos con bastante mal carácter y todo tipo de suciedad. Cuando llegas a arriba la vista no es nada del otro mundo y tienes que volver a repetir la operación hacia abajo.
En realidad esta excursión resulta un día perdido que de otra manera se podría haber aprovechado para ir a Pindaya. Ir a Birmania y no hacer un poco de trekking por sus montañas es una pena.
En la zona de Pindaya se puede realizar un día de caminata para dormir en un monasterio cuyo paisaje quita el hipo. Llegar hasta allí no es fácil y menos en época de lluvias, pero te pilla de paso hacia el Lago Inle que es la visita estrella del final del viaje.
El lago Inle es un lago enorme formado por pequeños huertos flotantes en el cual sus propietarios recogen en barcas las verduras que cultivan. Es un sitio muy especial en dónde el protagonista es el agua.
En este sitio tendrás la posibilidad de ver lo que es un mercado flotante en serio. A primera hora de la mañana se juntan decenas de barcas con productos distintos que se intercambian.
Se trata de la tierra de las etnias, cercana a la frontera con China, Laos y Tailandia. Es allí en dónde te encontrarás con una mezcla de etnias como los Mon o los Shan que poseen una fisionomía muy distinta al resto de los birmanos.
En Inle Lake hay varios highlights: hay que dar un paseo en barca por sus canales para entender cómo se cultiva y la función que tiene el agua.
También hay que hacer un pequeño trekking para ver los arrozales y el paisaje no acuático. Por último, hay que ir a In thein para ver sus monasterios.
Si te queda tiempo hay en Birmania otros lugares interesantes que ver como Mrauk U (con otra variedad de sitios arqueológicos y el mar), Kyaiktiyo (con la Golden Rock, un templo formado por una roca dorada suspendida en un promontorio) o las playas del golfo de Ngapali.
En definitiva, a pesar de ser una dictadura con todo lo que ello implica, visitar Myanmar es una experiencia que te acercará a una de las poblaciones más hospitalarias que he conocido y a unos paisajes de cuyo recuerdo es difícil desprenderse. Como ellos dicen «Mingalabar» o bienvenido al país de las pagodas y del agua.

Alice Fauveau