Después de una guerra poco queda en pie. Ni los edificios ni las personas se sostienen y todo termina convirtiéndose en polvo. Vamos a viajar al pasado, a la ciudad de Berlín, 68 años atrás. Por fin, termina la pesadilla. Por fin acaba la Segunda Guerra Mundial. Seis años llenos de odio, ataques, y bombas, que acabaron con más de 60 millones de vidas.
Las ciudades quedaron desoladas, vacías. No había nadie por las calles, ni edificios en pie. Los escombros y el polvo inundaban las aceras y no había más sonido que el silencio en una ciudad derrotada.
Berlín fue una de esas ciudades. Todo quedó reducido a ruinas y cascotes y viendo aquella postal parecía imposible que aquella ciudad volviera a lucir como lució antes de 1939.
Es ahí, cuando todo parecía perdido, cuando salieron ELLAS a escena: las mujeres de los escombros, las Trümmerfrauen. Las heroínas sigilosas de la Segunda Guerra Mundial.
Ellas, las Trummerfrauen, fueron las mujeres que limpiaron y reconstruyeron las ciudades destruidas por la guerra. Eran mujeres de entre 15 y 50 años cuya labor era dejar las calles como si allí no hubiera pasado nada.

En Austria y en Alemania se encuentran gran número de monumentos como este, homenaje de “Las mujeres de los Escombros”
Imaginaos lo que sería barrer más de 400 millones de metros cúbicos de escombros y picar para reconstruir más de 4 millones de viviendas. Pues eso, lo que estás pensando, es lo que ellas pensaron al principio: que era imposible.
Pero a estas mujeres no se les ponía nada por delante y menos unas cientos de piedras y cascotes. Era difícil, tenía incluso algo de locura, pero ellas cogieron pico y pala y empezaron por donde pudieron. Picaban los edificios derruidos y sacaban la piedra y el ladrillo con cuidado para poder reutilizarlos después. Los transportaban a la acera a través de cadenas humanas, pasándose las piedras de brazo en brazo.
Daba igual si llovía o nevaba o si el sol quemaba, ellas estaban allí, barriendo, picando y limpiando la suciedad de una guerra que había destruido calles y corazones.
Limpiaron la ciudad con sus propias manos. Algunas, las de anciana edad y pelo blanco, como si fueran abuelas de Alemania y quisieran proteger a sus nietos alemanes de cualquier peligro, despejaban las calles con sus manos temblorosas. Dicen, que solo en Berlín, había más de 60.000 mujeres ayudando y que las colas de mujeres que se ofrecían voluntariamente a servir a su país eran inmensas.
Puede que el camino más fácil fuera emigrar a otro país y empezar una nueva vida, lejos de la Alemania destruida. Sin embargo, optaron por el camino complejo y se unieron para levantar, literalmente, la ciudad que las había visto crecer.
A cambio, recibían una cartilla de racionamiento de máxima categoría. Nada de sueldos o privilegios, sino un plato de comida para cada día asegurado, que ya era bastante lujo en los tiempos que corrían.
Se las recuerda el día 9 de julio de cada año y han recibido reconocimientos de todo tipo. Entre ellos, una serie de sellos llamados Bärenmarken que se lanzaron en Berlín en 1946 con símbolos que hacían referencia a estas heroínas.
Además, sirvieron de inspiración para otras mujeres como la alcaldesa del distrito de Wedding, que propuso una fundación dedicada a Las Mujeres de los Escombros. La fundación invitaba a los miembros de ésta a tomar café y pastas en el ayuntamiento una vez al año y éstos, recibían información o ayuda en todo aquello que necesitasen.
Mujeres fuertes, luchadoras y constantes que levantaron con sus propias manos parte de Berlín. Que limpiaron las calles del terror de la guerra y que se convirtieron en el sustento y figura principal de la familia, dejando a un lado aquella faceta secundaria que vivía a la sombra del hombre de la casa.
El hombre, que volvía de la guerra como un héroe (aquellos que volvieron), y con ansias de volver a serlo ésta vez en su casa, se encontraba con una mujer diferente, con más independencia y autosuficiencia. El hombre ya no sostenía la familia. Él ya no era imprescindible. Y esta situación provocó el máximo de rupturas matrimoniales de la historia. Da que pensar…