Desde que tengo uso de razón, Egipto ha estado en mi mente y en mi corazón. Su cultura y desarrollo me han fascinado siempre a través de la arqueología y de la historia de los faraones. El día que vi el busto de Akhenaton en el Museo Faraónico en el Cairo, fue toda una revelación, ya que me impactó esa feminidad realzada con unos pechos y realismo en el busto de un hombre en una época como la suya en donde todo era hieratico. Desde entonces, voy buscando e informándome sobre aquel faraón tan controvertido que convirtió a un imperio al monoteísmo, predicando entre sus súbditos y basándolo todo en el amor.

Aunque posteriormente surgiesen otras religiones con sus correspondientes profetas, no podemos perder de vista que independientemente del resultado que este cambio de religión supuso para la historia de Egipto, fue este faraón quien creó los principios que todavía hoy siguen prevaleciendo en varias religiones: un solo Dios y la triada.
Quien vaya a este maravilloso país, actualmente en un proceso profundo de cambio, pasará por su capital El Cairo. Esta ciudad de trafico caótico, viviendas semi construidas, dispone de un museo-almacén de antigüedades en donde todavía hoy quedan algunos restos de la época de este faraón hijo de Amenofis III y que no fueron destruidos por sus descendientes.

Afortunadamente para él y para la cantidad de objetos interesantes que están en este museo (dejando de lado el fascinante tesoro de Tutankammon), se está construyendo uno nuevo en la zona de las pirámides de Giza que dé cabida a los miles de objetos, sarcófagos y momias que están repartidos en el actual museo egipcio y en sus sótanos.

Los pocos restos monumentales que quedan de Akhenaton están en el complejo arqueológico de Tell El Amarna, una zona difícil de llegar ya que se encuentra cercana a Assyut , zona de enfrentamientos entre musulmanes y coptos, generalmente poco recomendable para turistas. El resto fueron destruidos por sus sucesores y amigos como el General Horemheb o su maestro Ay, que gracias a su declive llegaron a gobernar después de la muerte de Tutankammon, su hijo/hermano/sobrino (sigue sin quedar claro).

El caso es que el inteligente Akhenaton (o Amenophis IV tal y como se llamaba antes de quitarle los privilegios a los sacerdotes de Ammón), no solo supo cambiar el podio de divinidades, sino que convenció a grandes sabios y artistas para crear una nueva ciudad y trasladar la capital tras siglos de poder en Tebas. También supo conquistar a la bella Nefertititi, su primera sacerdotisa y seguidora.

Dicen que era deforme, que tenía una capacidad de razonamiento demasiado precoz y una especial sensibilidad por la estética y las artes. Algunas lenguas cuentan que el famoso busto de Nefertiti que hoy en día está en el Museo de Berlín lo esculpió el mismo y que le rompió el ojo cuando en el ocaso de su reinado, la bella faraona le abandonó.
Dicen que murió de tristeza tras abandonarle la corte y su Dios Atón o que lo asesinaron para eliminar al enemigo de los sacerdotes que anteriormente tenían el poder.

Dicen que era un radical y es posible que lo fuese, aunque ninguno de nosotros lo sabremos por la falta de testimonios que han quedado de su reinado. Pero fuese lo que fuese, no queda duda que fue un visionario como otros tantos profetas que le siguieron posteriormente, que lucho por unos ideales y murió por ello. Por eso cuando leo aquellas novelas escritas por Naguib Mahfouz, egipcio premio Nobel, o Terenci Moix, no puedo evitar pensar que fue el creador del monoteísmo, el faraón revolucionario y profeta que marcó un hito en la historia de un imperio. Un vasto imperio que no supo gobernar y proteger por centrarse demasiado en la religión.

Alice Fauveau