Aida Muluneh sabe lo que es comenzar desde cero. Nacida en Etiopía, salió del país como refugiada y vivió desde una tierra extraña el sufrimiento y el hambre de su país. Vagó por Chipre y Yemen hasta llegar a Canadá donde su madre pensó que tendría más oportunidades. No se equivocó.

Aida tenía su vida planificada. Era consciente desde muy joven del privilegio que suponía estudiar en un prestigioso instituto canadiense y no quiso desaprovechar la oportunidad. Pretendía estudiar Gestión de Empresas, pero el destino tenía mejores planes para ella. Uno de sus profesores fue consciente antes que ella misma de su poder para la creación, de sus dotes para observar y transmitir el mundo y la instó a matricularse en un curso de fotografía. Cuando Aida vió las imágenes naciendo entre sus dedos en el tanque de revelado, supo que eso era lo que quería hacer el resto de su vida.

Y lo hizo. O lo está haciendo. Negra, mujer y extranjera, Aida ha trabajado durante muchos años en el Washington Post como foto-periodista. Allí fue donde descubrió que la miseria, la hambruna y la pobreza también tenían dignidad. Que su pueblo tenía una dignidad ancestral que las noticias, voraces, le robaban. Volvió a Etiopía porque quería retornar a sus orígenes, pero sobre todo porque quería hablar de las mujeres, las raíces que lo mantenían en pie. Quería hablar de su hermandad silenciosa, del saber ancestral que las unía. Desde su perspectiva de extranjera en su propia tierra supo enfocar la realidad desde otro ángulo. Sus imágenes gustaron y muy pronto tuvo la oportunidad no solo de exponer en certámenes africanos, sino de conocer a maestros, colegas y grandes profesionales con su misma pasión y su misma misión tras un objetivo.

Aida ya no ejerce el foto-periodismo. Ahora expone internacionalmente, dirige su propio estudio y sus fotografías muestran al mundo una Etiopía diferente que mezcla el color, los tatuajes ancestrales, las costumbres tribales, la mujer en estado puro… «El mundo es 9» le decía su madre cuando era pequeña, para recordarle que nada es perfecto. Ella se esfuerza por recordarlo cada día en un trabajo que aspira a la perfección, pero también a vencer estereotipos, a dar otra imagen del país en el que nació y de los profesionales que lo integran.

Su proyecto de La Divina Comedia le hizo explorar las posibilidades de la fotografía como arte, más allá de como un simple testimonio de la realidad. Pero no un arte frío e inocuo. Un arte comprometido con el que desea generar preguntas. «Puede que mis sobrinos, en la aldea no entiendan algunas de mis fotos», afirma. «Quizá no ahora, pero sé que les hará pensar».

Spirit of Sisterhood, de Aida Muluneh

Aida no concibe la manifestación artística sin el activismo. El arte no es algo separado del mundo. Al revés. El artista tiene una responsabilidad para con su entorno, y ella está decidida a llevarla hasta sus últimas consecuencias. Nuestras mujeres apasionadas viajando solas tienen la oportunidad de conocerla en su visita a Addis Abeba. Sencilla, elegante, y profesional, sin artificios, sueña con explorar su faceta de directora de cine y rodar en breve su ópera prima: un recorrido por la vida de distintas mujeres etíopes. Mientras tanto, continúa creando, dando clases para  compartir su conocimiento, y soñando con que el arte puede cambiar las cosas. «No hago esto por dinero», confiesa. «Si no sintiera esta pasión por mi  trabajo, no podría continuar». Conociéndola, la creemos.

Conoce el trabajo de esta fotógrafa en www.aidamuluneh.com