La vida como un hecho circular en el que la muerte forma parte esencial del proceso, es el gran hecho diferencial de la filosofía oriental frente a las mitologías occidentales. La posibilidad de no volver a ver a un ser querido tras la muerte -quién sabe, tal vez a él o a nosotras nos aguarde el infierno- es fundamental a la hora de afrontar con tristeza el paso de uno a otro estado. Las culturas que, sin embargo, conciben el tiempo como una gran rueda y la muerte como una posibilidad de “medrar” tras la reencarnación, perciben esta transición de otra manera, y como tal la viven. Y la celebran.

El Festival Bon o Obón en Japón (la o es un artículo honorífico) bebe de esta filosofía y celebra así el día de los muertos. La leyenda cuenta que, hace más de 500 años, un discípulo de Buda, consciente de que su madre fallecida sufría, siguió las enseñanzas de su maestro y consiguió guiarla para que pudiera descansar en paz.

Desde entonces, la fiesta observa prácticamente el mismo protocolo. Se celebra a mediados de julio o agosto, dependiendo de las localidades y de si se rigen por el calendario lunar o solar. La fiesta comienza con el tradicional  Bon-odori, el baile que da la bienvenida a los espíritus de los difuntos y en el que, vestidos con un kimono ligero o yukata, se baila al son de la música y el repicar de tambores. Lo interpretan hombres, mujeres y niños y suele realizarse en templos que tienen una salida a un río o al mar.

La celebración, que festeja la visita de los antepasados, no tiene nada de triste; al contrario: es una ocasión para reuniones familiares donde abundan los bailes, la música, la comida y la bebida. En la mayoría de casas japonesas suele haber un altar denominado butsudan, delante del cual se colocan sake, bolas de arroz y pepinos y berenjenas con patas hechas de palillos. El arroz y el sake es para que los difuntos coman, mientras que el pepino y la berenjena simbolizan un caballo y una vaca respectivamente. Se cree que los espíritus de los difuntos vienen a caballo a visitar a los familiares, ya que tienen prisa por llegar a disfrutar del festín y la compañía, pero se vuelven montados en una vaca, a paso lento, con pena por tener que despedirse después de la visita.

Durante estos días, también es común el haka mairi, una visita a las tumbas de los difuntos para limpiarlas, colocar comida, bebida y adornarlas con flores. También, y esto seguro que te suena, se colocan farolillos en las puertas de las casas para guiar a los espíritus, algunos de ellos fabricados específicamente para la ocasión.  Esta ceremonia se denomina toro nagashi. El último día, sobre todo, se produce un espectáculo mágico pues se deja que los farolillos se alejen flotando por los ríos o el mar, para que acompañen a los espíritus en su vuelta al otro lado.

Cada región de Japón tiene su particularidad. Por ejemplo, en Kioto, el día de la despedida de los espíritus, las cinco colinas que rodean a la ciudad pueden verse iluminadas con kanjis, en el denominado okuribi o fuego de  despedida.

Así que ya sabes: si en tu viaje a Japón ves un farolillo solitario meciéndose sobre las aguas de un río, no lo interceptes; podrías estar interrumpiendo a alguien en su regreso al otro mundo.

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Escrito por Emma Lira