La escritora y esposa del escritor norteamericano Paul Bowles conoció la  ciudad marroquí a la que su marido se había retirado para escribir en 1948. El lugar, como alguna de sus habitantes, terminó por enamorarla.

Cuando Jane Auer, también conocida como Jane Bowles por el apellido de su marido, el célebre escritor Paul Bowles, desembarcó en el Tanger de 1948, probablemente no imaginara que ese viaje iba a condicionar el resto de su vida. Paul, aspirante a escritor, se había retirado a la ciudad marroquí apenas 6 meses antes para escribir la que sería su primera  – y según muchas críticas – su mejor novela, » El cielo protector». Seducida por la vida bohemia decadente, cosmopolita y de corte oriental que reinaba entre la élite intelectual de la Ciudad Blanca, la polémica Jane, decidió reunirse allí con él. No eran un matrimonio al uso. Jóvenes, brillantes y con una precoz fama de enfant terrible que les precedía. habían optado por una relación casi intelectual que le permitía a cada uno de ellos continuar con sus aventuras homosexuales, sin dar  demasiadas explicaciones y sin ser demasiado señalados públicamente. Se habían conocido casi 20 años antes alternando con la élite de la vanguardia neoyorquina, se habían casado apenas un año después, y habían crecido durante esos años, él como compositor y ella como escritora transgresora ( Dos damas muy serias es una de sus mejores obras ). Para cuando llegó la década de los 40 ya habían vivido la experiencia de habitar en una comuna junto a lo más granado de la bohemia norteamericana. Tanger – a priori – no era sino una experiencia más que compartir.

 

Jane Auer, también conocida como Jane Bowles

ero la blanca Tánger, que acababa de perder su estatus de Zona internacional, las callejuelas estrechan que se desplegaban casi hasta el mar, el Café Haffa perpetuamente mirando a España, a Europa, como una encrucijada entre altlántico y mediterráneo, atrapó a la pareja. Primero fue Paulquien se dejó seducir por las tertulias de café en el zoco chico,  los paseos por el intrincado laberinto de la medina y los jóvenes magrebíes de labios sensuales y ojos negrísimos. Tras él. Jane, que se autodefinía como coja, lesbiana y judía, atracó en Tánger dispuesta a experimentar esa sensualidad oriental que había atrapado a Paul. Y la encontró. Charifa, una mujer marroquí que regentaba un puesto de grano en el Zoco Grande se convirtió en la amante musulmana de una mujer fieramente judía, que sentía como un reto, casi como una provocación, la enorme brecha que separaba sus culturas. La joven, creyente y analfabeta se empleó como empleada doméstica de Jane, convirtiéndose en su amante y enfrentándose a una sociedad conservadora y férreamente patriarcal.

Pawl Bowles y JAne Auer en una recepción. Cherifa, velada, en medio de ellos.

 

Hasta 1956, año en que Marruecos declaró su independencia, Tánger vivió una época mágica en la que bohemios, espías, contrabandistas, banqueros, diplomáticos y artistas, vagaban y soñaban por sus callejuelas. Tanger siempre ha sido una ciudad fronteriza: entre la tradición y la modernidad, entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre la proverbial ferocidad de los habitantes de las montañas del Rif, y la suavidad de su playa abierta e invitadora. Quizá fuera esa ambigüedad tan atrayente la que conquistara a Jane Auer hasta el punto de que nunca regresaría de las orillas de ese mundo nuevo.

Los Bowles en Tanger con sus compañeros de correrías.

Tras una temprana apoplejía a los 40 años, Jane emprendió el camino de la decadencia. Aficionada al alcohol, la marihuana y los ambientes nocturnos, quizá la vida le pasara factura. O quizá solo le tocaba. Considerándose totoalmente incomprendida por la crítica, dejo de escribir, y a su bloqueo intelectual tuvo que unir el físico. Padeció afasia y ceguera y fue ingresada en una clínica malagueña, en la otra orilla de ese Mediterráneo, al que tanto amaba. Murió allí a los 57 años de edad y fue enterrada en un humilde cementerio malagueño. Dicen que Cherifa estuvo con ella hasta el final. Hay quien cree que en espera de heredar sus bienes, y hay quien cree que, sencillamente por amor. Probablemente Jane Auer no tuviera la oportunidad de elegir su propia tumba. Si hubiera podido hacerlo, seguramente hubiera pedido que mirase hacia Tánger.

Si quieres conocer – e incluso fotografiar – los escenarios de Tánger de los que estamos hablando, no te pierdas nuestra próxima escapada fotográfica a esta bellísima ciudad marroquí, junto a la directora de cine Leonor MIró.

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