Uno de nuestros destinos favoritos, Irán. De la mano de Patricia Almárcegui o de los libros de Ana María Briongos, la viajera puede deslizarse por la historia de este imperio como en un viaje en el tiempo. Injustamente concebido como un destino inseguro, Irán, es, ahora mismo, como prácticamente durante toda su historia, un referente imprescindible en la concepción de la política internacional y en el ajedrez geoestratégico de Oriente Medio.

Hasta hace unos meses demonizado por las grandes potencias occidentales que decretaron sanciones como consecuencia del desarrollo de su programa nuclear, y en la actualidad, alineado junto a Rusia, con el régimen oficial de Bashar Al Asad en la guerra de Siria, Irán es efectivamente un actor clave en las relaciones internacionales. Con poco o nada que ver con su vecino Irak, con el que a menudo los profanos le confunden, este estado entre Oriente Medio y Asia, cuyas fronteras limitan con siete países, es el decimoctavo país más extenso del mundo  y alberga una población de 80 millones de personas. Su importancia geoestratégica es indiscutible, así como su fortaleza económica y el atractivo de sus recursos naturales; es el cuarto productor mundial de petróleo y el primero de gas natural.

Mapa del imperio persa en el 500 a.C.

Mapa del imperio persa en el 500 a.C. Engloba Irak y parte de Turquía, Siria y Egipto.

La mítica Persépolis, estatuas de piedra de rizada barba, la batalla delas Termópilas que siembra en el ideario occidental la idea de una superpotencia militar… La mente tiene un mapa de referencias culturales relacionadas con esta esquina del mundo, precursora del sedentarismo, la que acuña escritura y crea canales para domesticar el agua; la cuna de civilizaciones y de urbes milenarias. Nombrada en la historia, la leyenda y los textos sagrados, Irán antes de Irán fue Persia. Un imperio que ya era grande cuando Europa no existía, cuando empezaba a insinuarse la simiente del Imperio Romano. La fértil y extensa planicie que hoy constituye también parte de Irak fue una de las cunas de la civilización occidental. Su unificación política y cultural se relaciona con la existencia de Ciro el Grande y su imperio que terminaría helenizándose por la expansión hacia el oriente de Alejandro Magno. Los iranios o arios enriquecieron aún más su cultura pero conservaron ferozmente sus raíces y su independencia con las dinastías posteriores: seléucida y parta. Esta última es quien se opone durante cuatro siglos a la nueva potencia de occidente: Roma. Un enfrentamiento entre iguales. De hecho, las elites romanas consideran la conquista de Partia como una empresa que excede sus posibilidades, y que irá diluyéndose, poco a poco, con la decadencia del imperio en batallas ganadas por los partos y a los que, en su enfrentamiento con Roma,  sucederán los sasánidas.

Persépolis

Murallas de la mítica ciudad de Persépolis

Los sasánidas serán a su vez destruidos, unos 300 años después de su hegemonía, hacia el año 652 dC por la invasión de los pueblos nómadas árabes que traen el islam como religión. Pese a a la autoridad que emana de los califas de Bagdad y de Anatolia la extensión y complejidad del territorio Iraní le permiten conservar un alto grado de autonomía e incluso un respeto por sus instituciones y otros cultos, como el mazdanismo o el zoroastrismo. Hasta el año 1500 el Islam no se convertiría en la religión oficial de Persia, y su culto diferirá de la preponderante tradición musulmana suní. Es en ese momento cuando Persia abraza la rama chií del Islam, La chía es la facción o el partido de Alí, yerno del profeta. Esta visión del Islam admite autoridades clericales capaces de emitir juicios infalibles (los imanes) y permite la interpretación de los textos coránicos, inamovibles para los sunís. Ésta diferencia fundamental se irá convirtiendo en una brecha que irá creciendo con el paso de los siglos. La que explica su histórica enemistad con la ultraconservadora suní Arabia Saudí y en la que se ceban los medios y agentes que tratan de provocar enfrentamientos amparados en el sectarismo, los que luego se verían en el Líbano y en la actualidad en Siria.

Persia quedó circunscrita a sus fronteras actuales hacia el siglo XVIII, entre el imperialismo británico de la India y la Rusia de los zares al Norte. Y a principios del siglo XX presentaba ya un parlamento electo dentro de una monarquía constitucional. El país cuna del pensamiento místico y la rica poesía persa avanza, se moderniza, se adapta a los tiempos, se afianza como productor de petróleo en respuesta a la demanda internacional de hidrocarburos que alimenten la floreciente industria automotriz, y se ubica en el panorama internacional. En 1934 cambia su histórico nombre de Persia por el de Irán, “la tierra de los arios”, como en una declaración de intenciones. Su élite de guerreros y el tiempo de los enfrentamientos parecen haber quedado muy atrás. Es un estado prospero que no supone ninguna amenaza para nadie, al menos mientras no entren en juego motivos económicos. (continuará)