A veces, un pequeño gesto es lo único que hace falta para iniciar una revolución pacífica. Marina, una artista iraquí, se ha dado cuenta de ello, así que sigue haciéndolo cada día: desafía al machismo imperante en su país montando en bicicleta por las calles de Bagdad.

Cuando era una niña, Marina montaba en la bici de su primo, en su casa de Bagdad. Después, tras la ocupación de EE.UU. en 2003, la familia de su primo huyó de Irak, y él le regaló su bicicleta roja. Marina jamás pudo usarla; su abuelo se lo impidió. Ni hay ninguna norma que lo prohíba, pero, en Irak, sencillamente, las mujeres no montan en bici.

La primera vez que Marina se dio cuenta de cuánto había deseado volver a montar fue muchos años después, cuando ya adulta, visitó Londres, la ciudad donde reside la familia de su novio. Era la primera vez que salía de Irak. Juntó a él y en una bici alquilada recorrió las calles de la City. Recordaba la técnica de sus añso de infancia; montar en bici, como sabemos, nunca se olvida. La sensación de euforia y orgullo que la invadió se transformaron en pesar. «¿Por qué se sentía tan orgullosa haciendo algo que debería ser normal? ¿Cómo podía pedir a las mujeres de su país que protagonizaran un cambio social, si ella jamás se había atrevido a volver a coger la bici roja de su primo?».

De regreso a su país decidió cambiar las normas. Desde abajo. Cogió una bici y salió a la calle. Al principio estaba aterrorizada. Pidió a un amigo que la acompañara y que registrara las reacciones que se producían. Así se inició un proyecto artístico que documentaba un cambio social en el mismo momento en que se producía. Las reacciones a su «atrevimiento», las miradas reprobadoras o, sencillamente, sorprendidas, acechan, congeladas, en su cuenta de Instagram.

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Marina pedalea ante la mirada reprobadora de un comerciante, en Bagdad.

No fue fácil. «Al principio estaba aterrorizada – confesó esta artista musulmana de 25 años a La Vanguardia –  El corazón me latía muy fuerte. Tenía la impresión de hacer algo malo. Luego me di cuenta que la gente me sonreía, algunos me hacían un signo, y otros sacaban fotos. Evidentemente también había quien me miraba fatal, pero ¿no hay siempre personas que reaccionan mal ante todo lo que no es la norma?”, constata Marina. Lo más sorprendente es que algunos ancianos le comenten que verla les hace volver a los años setenta, cuando era habitual ver a mujeres en bicicleta. Una pequeña muetsra de la marcha atrás que ha experimentado Irak.

Las fotografías tomadas durante sus salidas formaron parte de una exposición y empezaron a circular por las redes sociales. Algunas se compartieron bajo el hashtag #Iamsociety (soy sociedad), catapultándola al éxito y la fama. Marina tiene más de 36.000 seguidores y su bicicleta se ha convertido en un icono.

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Su ejemplo ha calado hondo en todo el país. Muchas chicas – y algunos chicos – se unen ya en quedadas colectivas en bicicleta. Una vuelta a los años 70.

Esta aparentemente trivial decisión requirió de mucho coraje. En un lugar del mundo donde los crímenes «de honor» son relativamente frecuentes, su familia cuestionó su postura y sus hermanos dejaron de hablarle, avergonzados por su «impúdico» comportamiento. Ahora, cuando su gesto se ha extendido, cuando más mujeres – y hombres – la apoyan y salen a pedalear junto a ella, cuando las «quedadas en bici» se han extendido a otras zonas de Irak, la apoyan, al fín. Ha pasado de sentirse vulnerable a sentirse fuerte, cargada de razón. No se siente especialmente feminista. «No lo hago por las mujeres, sino por todos», afirma, «la bici es un símbolo de las cosas que nos coartan. Lo hago por mí país». Admirable.