Unos la definen como un genio y otros como un ser caprichoso e intratable, pero no deja a nadie indiferente. Lleva casi 40 años al frente de VOGUE y durante todo ese tiempo sus palabras —y sus silencios— han marcado la pauta de un negocio que mueve al año más de cien mil millones de dólares.

Quizá no le pongas cara a Anna Wintour, pero si te digo que es la directora de revista a quien hacía referencia implícita la película El diablo viste de Prada entonces le pondrás la mirada helada, los ademanes secos y la actitud dictatorial de una Meryl Streep a quien su interpretación bien le valió un Globo de Oro. La película había llevado a la gran pantalla la novela que Lauren Weisberger, una joven periodista que había trabajado a las órdenes de Anna Wintour, escribió basándose en sus propias experiencias. Se cuenta que la propia Anna acudió a la premier vestida, efectivamente, de Prada.

Probablemente ni Anna Wintour ni nadie hubiese sobrevivido durante tanto tiempo en la cúspide de un sector tan exigente como la moda ni no supiese como y de qué manera encajar determinadas críticas. Wintour no se caracteriza por su sentido del humor, pero sí por una intuición arrolladora que le han permitido no sólo predecir tendencias y encumbrar a diseñadores, sino a sobrevivir en un mundo donde la belleza y la competencia marcan un ritmo de trabajo frenético.

A sus casi 70 años, la editora jefa de la edición estadounidense de Vogue sigue al pie del cañón y no parece que piense en las mieles de la jubilación, pese a que, a lo largo de este verano insistentes rumores anunciaban su marcha de la publicación, probablemente basados en la salida de dos de sus más estrechas colaboradoras y en la necesidad que la revista referente del lujo y la moda —perteneciente al grupo Conde Nast— tiene de profesionales con un perfil más joven, más digital, y, sobre todo, menos gravoso que los dos millones de dólares anuales que, supuestamente, “cuesta” Anna Wintour.

Pero, ¿Cómo llegó esta mujer, nacida en Londres, a dirigir las riendas de Vogue, a hacer de Nueva York su feudo y conseguir que a su alrededor orbite todo el mundo de la moda? Hija de Charles Wintour, editor jefe del Evening Standard, en Gran Bretaña, Anna se crió en un ambiente cultivado en el que ella misma se sentía fuera de lugar. Su madrastra, Audrey Slaughter, era editora de revistas y su hermano llegó a ser también editor en The Guardian. Anna, sin embargo decidió dejar los estudios y optó por no ir a la Universidad. Pese a ello, sus padres le costearon los estudios de Moda, conscientes de que Anna, desde muy niña tenía un sentido estético y crítico especialmente desarrollado, aunque ella se empeñó en no terminarlos.

En los años 70 empezó a trabajar en el mundo editorial en la revista Harpers & Queen. Algunos colegas de esa época han reseñado que no tenía madera de escritora pero sí “una visión especial”. Se trasladó a Nueva York para seguir en Harper’s Bazaar y en el año 1982 llegó por primera vez a Vogue. Tenía 33 años. Las malas lenguas dicen que cuando la entonces editora Grace Mirabella la entrevistó, le preguntó qué trabajo deseaba en la revista. Wintour respondió: “El suyo”. Seis años después lo tenía.

Una revolución en la moda
Al frente de la edición norteamericana, la nueva editora inició toda una revolución. Convirtió la moda en un show completo, la elevó de categoría y empezó a incluir celebridades en sus portadas, como Kim Basinger, Nicole Kidman, Renée Zellweger, Hillary Clinton y Oprah Winfrey. En el año 2013, cuando la mayoría de profesionales de su edad piensan ya en una jubilación dorada, Anne Wintour se convertía en la directora artística de todas las publicaciones del grupo Conde Nast.

Como editora, Wintour presume de repasar absolutamente absolutamente todo lo que aparece en la la revista y de estar encima de los detalles pues afirma que “es así como la gente funciona mejor”. Algunos de sus exempleados la tachan de fría y caprichosa, pero otros colaboradores y diseñadores la definen como una máquina de trabajar con una poderosa intuición. El hecho es que su prestigio profesional crece a la vez que las voces que se hacen gala de valores que intentan volver contra ella, como su férrea disciplina —heredada de su padre—, su obsesión por la puntualidad, una impenetrabilidad que cultiva para no mostrar sus emociones y cierto elitismo, tanto en la elección de personas, temas y contactos, como en los nulos intentos de confraternizar con sus empleados o colaboradores.

Para Anna Wintour el trabajo es el trabajo. Odia las conversaciones triviales y como ella misma aduce padece de déficit de atención por lo que exige que sus trabajadores sean capaces de sintetizar sus discursos en un par de frases. Se dice de ella que es extremadamente disciplinada consigo misma, que sigue una rutina deportiva diaria, que no se permite subir de peso y que ni siquiera en sus mejores momentos estaba fuera de casa después de las once de la noche. Cultiva una belleza madura de la que no deja de ser un icono; al fin y al cabo ella es la cabeza visible de una revista que habla de estilo, belleza y mujer y en torno a esos parámetros mueve unos 350 millones de dólares anuales en publicidad. Pese a su entrega profesional — o quizá por ella— Wintur valora especialmente la familia. Sus dos matrimonios han derivado en dos divorcios, pero también en dos hijos, una de los cuales, Bee Shaffer, también periodista, acaba de ‘hermanar’ Vogue USA y Vogue Italia al casarse con el hijo de la desaparecida Franca Sozzani, que estuvo al mando de la edición italiana.

Con sus admiradores y sus detractores, Anne Wintour es todavía, a día de hoy, una reina Midas del mundo de la moda y su opinión es escuchada como un oráculo. Los rumores referentes a su próxima salida de la revista, pese a que no sería en absoluto descabellada han sido recientemente desmentidos por el grupo Conde Nast que la define como una “líder especialmente talentosa y creativa cuya influencia no se puede medir”.

Si la nueva directiva de la revista se plantea o no su sustitución es aún un misterio. Lo único cierto es que la implacable editora muestra en los últimos tiempos su lado más afable y cercano; se marcó un cameo en la película Ocean’s 8, diseña zapatillas junto a Nike y aparece en sus anuncios… El rostro impenetrable que antes solo de dejaba ver en los desfiles muestra ahora una veta de humor y se cuela en otros campos. ¿Ensaya una despedida a lo grande o, presa de su inagotable energía, está buscando nuevos sectores?

Si quieres conocer los entresijos del sector y la ciudad donde ha desarrollado su carrera, animare a viajar a New York con nosotras.

Emma Lira